Ante los sucesos ocurridos en estos últimos días, la realidad nos abofetea sin piedad: los españoles están empezando a repetir, paso por paso, la misma historia que llevó a la Segunda República hasta el abismo de la Guerra Civil. No es exageración, es la crónica de una muerte anunciada.

La mecha: Ione Belarra en el Congreso

Hace algunas semanas, en una sesión del Congreso de los Diputados, la diputada y Secretaria General de Podemos, Ione Belarra, le indicaba al Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, un camino que atentaba contra la libertad de la media España que no piensa como ellos.

Dijo textualmente lo siguiente:

“España en este momento presidente, solo tiene dos opciones: o reventamos a la derecha y le quitamos todos sus privilegios o la derecha reventará el país.

Estas palabras no fueron un desliz. Fueron una orden. Y cuando desde la tribuna se señala el objetivo, en la calle se carga el arma.

La consecuencia: Sangre en San Sebastián y dianas en Zamora

Ese “reventar a la derecha” ya no es una metáfora. Esta misma semana hemos visto cómo las palabras de odio se convierten en adoquines y agresiones.

En San Sebastián, la violencia política se ha cobrado su peaje con seis agentes de la Ertzaintza heridos. ¿Su delito? Proteger un acto legal de VOX frente a una turba que se autodenomina “antifascista” pero que actúa con las tácticas del más puro totalitarismo. No era una protesta; era una cacería humana jaleada por quienes gobiernan.

Mientras tanto, en Zamora, la sede de VOX amanecía vandalizada con pintura roja. No es simple vandalismo callejero; esa pintura simula la sangre que algunos parecen desear ver correr. Es el señalamiento mafioso, la marca en la puerta del disidente, el aviso de que en esta “nueva España” no hay sitio para todos.

Y a pie de calle, la convivencia se rompe a gritos. Hemos visto a ciudadanos, envalentonados por este clima de impunidad, amenazar a miembros de una mesa informativa gritando: “¡Te quemo con gasolina!”. Esa es la “convivencia” que nos han traído: la del miedo y la gasolina.

El eco en la otra trinchera: fantasmas del 20N

Pero seríamos cínicos si mirásemos la tragedia española con un solo ojo. La acción genera reacción, y el radicalismo de unos está despertando a los fantasmas que creíamos enterrados en el otro extremo.

Hace apenas unos días, el centro de Madrid volvió a ser escenario de brazos en alto, camisas azules y cánticos del “Cara al Sol” durante la marcha del 20N. Lo que hace años eran reuniones residuales de nostálgicos inofensivos, hoy cobra un cariz diferente. No es solo memoria rancia; es la respuesta visceral de quienes, ante el “reventar a la derecha” de Belarra, deciden desempolvar la estética del enfrentamiento civil.

Es la profecía autocumplida: si desde el Gobierno se insiste en etiquetar a media España de “fascista”, al final acabarán logrando que una minoría decida ponerse el uniforme. Mientras unos agitan la tricolor republicana como arma arrojadiza y otros responden con el yugo y las flechas, la inmensa mayoría de españoles demócratas, los que solo quieren ley y convivencia, quedan atrapados en un fuego cruzado que huele a naftalina y pólvora vieja.

El golpe de gracia: La purga en la Guardia Civil

Pero si la violencia en la calle aterra, lo que ocurre en los despachos debería hacernos temblar. Mientras el país arde por los cuatro costados, el Gobierno ejecuta su maniobra más oscura para blindarse.

En un movimiento de cinismo político sin precedentes, se ha anunciado un “relevo estratégico” en la Guardia Civil, ascendiendo al jefe de la UCO (Unidad Central Operativa) justo en plena investigación al entorno del presidente. No nos engañemos: esto no es un ascenso, es un soborno o una mordaza.

Al igual que en el 36, cuando las instituciones perdieron su autoridad y la Justicia fue politizada, hoy vemos cómo se decapita a quien investiga la corrupción del poder. Están matando al árbitro para poder ganar el partido haciendo trampas.

Conclusión: Aprender del pasado para no repetirlo

La ecuación es aterradora: violencia en las calles, señalamiento al disidente y corrupción institucional. Pero el desenlace no está escrito.

España no está condenada a repetir su historia, pero sí obligada a aprender de ella. La lección del 36 no es prepararse para el choque, sino evitarlo a toda costa antes de que sea tarde. Frente a quienes gritan “reventar”, la respuesta no puede ser el odio, sino la firmeza democrática.

Si permitimos que la violencia política y la purga institucional se normalicen, estaremos desmantelando nuestra propia convivencia. Es hora de detener esta espiral exigiendo —con la ley en la mano y las instituciones como escudo— que cese la polarización. No se trata de combatir fuego con fuego, sino de apagar el incendio con la fuerza de la razón y la justicia. No queremos repetir la historia; queremos salvar el futuro.