El silencio del Sindicato de Estudiantes ante el acoso escolar: una incoherencia que duele
Hace apenas una semana, Sevilla se estremecía con la noticia del suicidio de Sandra Peña, una niña de 14 años cuya madre había denunciado el acoso escolar que sufría su hija. La tragedia ha reabierto un debate urgente sobre la responsabilidad de los centros educativos, las instituciones y, por supuesto, los colectivos que dicen representar la voz de los estudiantes.
Mientras la sociedad pide respuestas y exige acciones contundentes contra el bullying, sorprende el silencio —o la tibieza— del Sindicato de Estudiantes, una organización que históricamente ha convocado huelgas y movilizaciones ante causas de carácter social o político. Sin embargo, frente a un caso tan dramático y directamente relacionado con la vida en las aulas, el sindicato duda en convocar una huelga o manifestación que denuncie el acoso escolar y reivindique medidas reales para prevenirlo.

Prioridades en entredicho
No hace mucho, el Sindicato de Estudiantes promovía paros en apoyo al pueblo palestino o en contra de reformas educativas, argumentando su compromiso con la justicia y la defensa de los jóvenes. Nadie discute la legitimidad de esas causas, pero la falta de reacción ante un suicidio relacionado con el acoso escolar plantea una pregunta incómoda:
¿Dónde queda la defensa del alumnado cuando el problema nace dentro de los propios institutos?

En un vídeo difundido por el creador de contenido Raúl (@raulgb_02), se muestran capturas de una conversación con el perfil oficial del Sindicato de Estudiantes. En ellas, la organización afirma que “la huelga está en un 50-50” y que “por la noche o mañana subiremos algo”. Aunque después se insinuó que finalmente podrían convocarla, la duda inicial ha despertado críticas entre muchos jóvenes, que consideran que el combate contra el acoso escolar debería ser la prioridad moral de un sindicato que dice representarles.
El caso de Sandra Peña pone en evidencia una contradicción moral más profunda. Resulta difícil comprender por qué una organización estudiantil, que ha encabezado protestas por causas internacionales o ideológicas, no ha convertido el acoso escolar, una de las principales fuentes de sufrimiento adolescente, en su prioridad más urgente.

Un silencio que duele más que las palabras
Cada día, miles de jóvenes sufren insultos, amenazas y exclusión en los pasillos de sus centros. Muchos callan. Otros, como Sandra, no soportan más. La inacción, el miedo a enfrentarse a un sistema educativo que minimiza el problema y la falta de presión social agravan una situación que debería estar en el centro del debate público.
El silencio del Sindicato de Estudiantes no solo decepciona: refleja una pérdida de rumbo. Un sindicato estudiantil debería ser el primero en alzar la voz ante el acoso, la violencia escolar y las carencias emocionales del sistema educativo. Si no lo hace, su discurso de justicia y compromiso social se queda en palabras vacías.

Más allá de las ideologías
La muerte de Sandra Peña no es una cuestión ideológica. Es una tragedia humana que debería unir a todos los sectores educativos en una exigencia común: que ninguna otra familia viva lo mismo. No se trata de banderas ni de causas externas, sino de proteger la vida y la dignidad de los estudiantes españoles.
Mientras el sindicato decide si movilizarse o no, la sociedad civil, las familias y los propios alumnos ya han comprendido algo esencial: el verdadero activismo empieza cuando se defiende al compañero que sufre a tu lado.