Las paredes del hogar deberían ser el refugio más seguro para un adolescente, pero para ella, se convirtieron en el escenario de una pesadilla que ha tardado cinco años en poder verbalizar. Los hechos, que tuvieron lugar en la localidad de Monforte de Lemos cuando la víctima tenía apenas 15 años, ponen de relieve una realidad a menudo oculta tras las puertas de la vida doméstica: el abuso sexual intrafamiliar y la posterior revictimización por la falta de apoyo.
El suceso ocurrió hace cinco años. Según el testimonio de la víctima, todo se precipitó en una tarde aparentemente normal, aprovechando la ausencia de la madre, que había salido a realizar unas compras. La adolescente sufría en ese momento una afección íntima que le causaba molestias. Lo que comenzó como una supuesta ayuda sanitaria por parte de su padrastro, se transformó rápidamente en una agresión sexual.
La excusa médica como vehículo del abuso
El agresor insistió en aplicar una crema medicinal a la menor, desoyendo las repetidas negativas de la joven, quien prefería esperar al regreso de su madre. “Yo insistí en que no, que iba a esperar a mi madre, pero él me dijo ‘tranquila, te la pongo yo'”, relata la víctima sobre la coacción psicológica ejercida en aquel momento.
Bajo la indefensión propia de los 15 años y la confianza depositada en una figura de autoridad paterna, la joven accedió. Sin embargo, la aplicación del tratamiento no fue médica, sino invasiva. La víctima describe el acto como una manipulación brusca, “sin delicadeza” y agresiva, que implicó penetración digital bajo el pretexto de la cura. “Me sentí sucia, asquerosamente mal”, confiesa hoy, a sus 20 años, al recordar la vulnerabilidad de aquel momento en el sofá de su casa.
El dolor de la incredulidad
Si el abuso dejó una marca imborrable, la respuesta familiar profundizó la herida. Años después del incidente, reuniendo el valor necesario para procesar el trauma, la joven decidió contarle lo sucedido a su madre. Lejos de encontrar consuelo o justicia, se topó con el muro de la negación.
La madre no creyó el relato de su hija, cerrando el caso sin consecuencias para el agresor y dejando a la víctima en una situación de desamparo emocional. Este fenómeno, conocido como traición institucional o familiar, es devastador para las víctimas de abuso sexual, ya que valida implícitamente la conducta del agresor y silencia a quien ha sufrido el daño.
Hoy, con 20 años, la joven de Monforte de Lemos busca cerrar ese capítulo, no desde el olvido, sino desde la validación de su propia verdad: lo que ocurrió aquella tarde no fue un cuidado médico, fue una violación de su intimidad y de su inocencia.